Aurelio Vazquez Toledo: Raíces de Fuego y Corazón de Roble

En el corazón de Tierra Caliente en el Cahulote Seco, Michoacán; donde el sol se cuela sin pedir permiso entre los surcos de tierra seca, nació en 1916 un niño llamado Aurelio Vázquez Toledo, mi abuelo materno.Fue en un amanecer polvoriento, cuando los gallos aún marcaban el tiempo y el maíz era moneda de esfuerzo.…

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Aurelio Vazquez Toledo

En el corazón de Tierra Caliente en el Cahulote Seco, Michoacán; donde el sol se cuela sin pedir permiso entre los surcos de tierra seca, nació en 1916 un niño llamado Aurelio Vázquez Toledo, mi abuelo materno.Fue en un amanecer polvoriento, cuando los gallos aún marcaban el tiempo y el maíz era moneda de esfuerzo. La vida, desde el principio, no fue generosa con él. A los seis años, Aurelio y sus hermanos quedaron huérfanos de padre y a los 11 de madre, enfrentando un mundo demasiado vasto y difícil para un corazón tan pequeño.

Los adultos de la comunidad decían que Aurelio tenía “los ojos de su madre y la terquedad de su padre”. Pero pronto, sólo quedaron las miradas y los susurros. Se crio hasta los 6 años con su padre y hasta los 11 con su madre, comiendo donde se podía, trabajando desde que sus manos alcanzaban el mango de un azadón. Fue a la escuela lo básico, segundo de primaria. No por falta de ganas, sino porque la vida no se lo permitió. Su infancia fue una sucesión de jornadas bajo el sol desde los 6 años que su madre lo rento, cargando bultos, ordeñando vacas, y buscando el calor de un hogar que ya no existía.

A pesar de su soledad y compartiendo con sus hermanos, nunca se rindió. Había algo en Aurelio —una fuerza callada, casi ancestral— que lo impulsaba a seguir. Quizá era el recuerdo difuso de una madre que lo abrazaba fuerte antes de dormir, o la voz ronca de su padre diciéndole que algún día sería un gran hombre. Esa promesa, aunque no dicha con palabras, se le quedó clavada como una semilla en el alma.

De niño con dolor a joven valiente

A los 16 años, Aurelio quería marcharse del rancho. Había escuchado que en Nueva Italia y Apatzingán había trabajo en las huertas y en la construcción. Caminó días, con unos huaraches viejos y una bolsa de manta con un poco de sal y tortillas duras. Lo recibieron con sospecha, pero él pagó con trabajo su derecho a quedarse. Durante años, cargó piedras, sembró limón y mango, y aprendió lo que podía de los hombres más viejos. Nadie sabía leer bien, pero sí sabían de honor, de esfuerzo, de palabras que valen más que contratos.

En esos años regreso a la tierra calienta de donde él inicio su vida y conoció a Ana María, una joven fuerte, blanca con mirada honesta y manos de maíz. Se casaron el de 21 años y ella de 20 años con lo justo, bajo un techo de adobe con techo de zacate, prometiéndose amor y respeto, pero, sobre todo, el deseo de formar algo que nunca habían tenido: una familia unida.

Nace una pequeña empresa de molino o trapiche de piloncillo, con grandes sueños

Con el tiempo, Aurelio empezó a trabajar con el Ing. Montalván sembrando su tierra, compartiendo los frutos de las cosechas realizadas y fue de esas cosechas más la palabra del Ing. Montalván que en dos cosechas de arroz fueron tan vastas y tan buenas que ahorró lo suficiente para comprar un pedazo de terreno en el rancho del Caulote Seco, dice mi mama que mi abuelo tuvo un gran mentor que era el maestro de la escuela el Mtro. Ramon Lúa Sánchez, una persona con mucho conocimiento, honesto, excelente maestro que ponía a los niños super educados; era compadre de mi Abuelo, quien lo aconsejo a invertir sus ganancias en tierras . Allí sembró sus primeras hortalizas, maíz, caña de azúcar, mango, calabazas crio gallinas, vacas y algunos caballos. Con 7 hijos y 4 que murieron esto fue el inicio para y lo que empezó como un esfuerzo para alimentar a su familia, se convirtió lentamente en una microempresa familiar.

No tenía nombre formal, pero era su orgullo: “El Molino Don Aurelio”, le llamaban los vecinos y sus trabajadores. Pronto, mi abuela Ana María empezó a ayudar en las labores propias de su hogar y con sus hijos, esto a mi abuelo le dio la estabilidad y el amor para desarrollar sus habilidades de encargado de su tierra y negocio. Sus hijos —que fueron 11 hijos y 4 que partieron— crecieron entre la tierra y los sueños. Mi madre recuerda que desde muy pequeña ayudaba a mi abuelo a sembrar no recuerda bien si en fines de semana o vacaciones o algo mixto porque iba a la escuela, mis tíos jugaban y le llevaban el almuerzo e iban a la escuela por la mañana y por la tarde.

Mi abuelo Aurelio sin leer ni escribir muy bien, tenía una memoria excepcional, hábil para los números y para las ventas eso sí, decían que tenía un carácter muy fuerte, le gustaba el deporte jugaba basquetbol y participa en el equipo del rancho, muy sencillo, entre las comunidades hacían torneos y el participa en todos los eventos, lo reconocían como una persona muy justa, honrado y de palabra, para mi esto es parte de su legado que me dejo como nieta.

Su empresa creció poco a poco, siempre con base en valores: honestidad, trabajo duro y ayuda mutua. No se trataba de enriquecerse, sino de vivir con dignidad, de demostrar que aún sin tener nada, uno podía construir algo con amor y empeño. Mi mama me cuenta que en la comunidad decían que Aurelio había encontrado dinero que por eso había hecho mucha fortuna y pudo comprarse su rancho, porque muchos de ahí habían trabajando por muchos años y nunca podían ahorrar nada y menos comprarse un terreno.

El legado invisible

A los 60 años, Aurelio ya era una figura respetada en la comunidad y por sus hermanos que mi abuelo ayudo de acuerdo a las necesidades de cada uno de ellos. No por su dinero, sino por su historia. Muchas personas lo buscaban para pedirle consejo, algunos se querían ir al norte. Siempre respondía con humildad, sentado en su pretil de su casa:

“Estados Unidos está aquí, la cosa es que tienes que trabajar, aquí están las oportunidades hay que buscarlas, aquí puedes construir lo que quieras, solo tienes que trabajar.”

Su historia pasó de voz en voz. No tenía títulos, pero tenía respeto. No tenía diplomas, pero tenía legado. Aurelio no sólo había sobrevivido, había creado un futuro desde la nada.

Y ese futuro se multiplicó, sus hijos, aunque no siguieron el legado de la siembra ni la administración de su negocio, que para mi abuelo hubiera sido algo bueno, haberles dejado su negocio; sus hijos migraron a la ciudad de Morelia entre los 60s y 70s para estudiar y allí construyeron su propio legado, mi madre por ejemplo es jubilada del IMSS y la mayoría de mis primos sus nietos son profesionistas, para mis primos Aurelio es sinónimo de respeto y admiración por su legado de trabajo y honestidad.

Mis abuelos migraron a finales de los 70 y principios de los 80s a la ciudad de Morelia, vendiendo todo y dejando atrás su rancho y su negocio que para Aurelio significó el medio para darle una mejor calidad de vida para su familia.

Mi abuela Ana María partió de este mundo 1999 y mi abuelo la acompaño 16 años después en 2015 casi cumpliendo 100 años, su legado y su memoria para mi sigue presente y seguirá en mis emprendimientos que hago , me deja muchas enseñanzas, pero las principales la del respeto, dignidad, honestidad, el valor de la palabra y la principal el amor incondicional, me siento muy orgullosa y contenta de haber sido su nieta,  Aurelio a pesar de su carácter tan fuerte que a veces lo llegue a ver,  siempre fue un ser humano adelantado a su época respecto a las creencias y normas sociales que tenía,  me sorprendía su actuar respecto a ciertas situaciones que pasaban en la familia.

La historia de mi abuelo no es única, pero sí es profundamente valiosa. Representa a millones de mexicanos que, sin reflectores, levantan al país cada día. Pero para mí, Aurelio no es sólo una historia: es mi raíz, mi fuerza, mi ejemplo.

Él me enseñó, sin palabras, que los grandes hombres no nacen de la abundancia, sino de la resistencia. Que no importa lo que te suceda en la vida, mientras tengas el coraje de levantarte. Que el verdadero éxito no se mide en riqueza, sino en lo que dejas sembrado en los demás.

¡Gracias por tu amor y legado abuelo Aurelio Vázquez Toledo y esto no hubiera sido posible sin tener a tu lado a mi abuela Ana María Gutiérrez Aguilar, gracias , los honro!

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